Mi querido amigo Antonio Pujante atrapó un poema de Borges (si pudiera volver a vivir) como su himno de vida durante unos años en los que recorrió probablemente todo el mundo.
Creo que cuando le toque no sentirá la necesidad de leer el poema, ni siquiera de llevarlo en su cartera y enseñármelo en los brindis de altas horas de la mañana.
El poema de Borges es una especie de anhelo invernal sobre lo que nos hubiera gustado hacer y no hicimos a lo largo de nuestra vida. Para que quede claro (y me odien algunos de los que esto lean), me gusta leer a Borges, pero no comparto (de lo poquito que he leído) prácticamente ninguna de sus ideas ni exposiciones. Pero bueno, como yo suelo decir (esto de citarse a uno mismo resulta bastante comprometido, como mínimo...) estas afirmaciones son gruñidos de Alberico desde su cueva, que ni siquiera perturban el sueño del dragón. Basta de pedantería!
El hecho, es que sí que sentimos a lo largo de nuestra vida una especie de necesidad de reparar cosas del pasado, pequeñas venganzas contra el tiempo que nos come y que no nos deja (con nosotros y nuestros fantasmas como cómplices) vivir la vida según nuestros anhelos y, a la vez, corresponder a lo mucho que la vida nos dá cuidando de nuestros seres queridos.
No se piense que este "tono de condedemontecristo" responde a una vieja pendencia. Nada más lejos de eso. Es algo prosaico, pero sublime a la vez. Veamos.
Una de mis venganzas favoritas es recorrer librerías de usado buscando colecciones de libros que tengo incompletas, aunque sean ediciones de hace treinta años. En el caso de los libros de geografía regional, por ejemplo, es un ejercicio de mera literatura, pues lo que se descubre en esas lecturas es que todo que se dice está ya superado (obviamente). Pero esa especie de tonto engaño de leer libros que anhelamos en nuestra juventud...la verdad, es gratificante. Sobre todo, si nos permitimos un pequeño ejercicio de emocionada nostalgia para rememorar aquellos años de infancia y juventud.

Y, sobre todo (una de las cosas más gratificantes), descubres que ahora lees con más madurez, aprendes a leer con paciencia, sin las prisas de tomar notas y memorizar datos para volcarlos en el examen. En definitiva, sigues aprendiendo a leer. Por eso, aunque los datos estén atrasados y muchas de las conclusiones estén superadas (o no...), es enormemente gratificante descubrir aquellas viejas lecturas de estudiante y tenerlas en tu poder. Tocar un libro es, cada vez más, un ejercicio de arqueología, pues las horas que pasamos en el ordenador son esos segundos de menos que dedicamos a leer libros.
Ahora estamos asombrados ante las nuevas tecnologías...pero la transmisión de ideas sigue necesitando al menos de uno de estos dos soportes: la palabra escrita o la palabra hablada...palabras e ideas...eso sí que es un tesoro minusvalorado.