viernes, 1 de junio de 2012

Mozart Sinfonía nº 29, Karl Bohm. Si no sabéis orar...escuchad a Mozart!



A diferencia de muchas sinfonías donde la melodía inicial (el tema principal del movimiento, más bien) es, eso, una sublime melodía, aquí es, simplemente unos intervalos de la cuerda, que van desarrollándose. Esta sencillez es una de las cosas que hacen que la música de Mozart sea tan humana y tan divina a la vez.

Uno de mis hermanos recibió por Reyes esta versión de Karl Böhm que llevaba también la sinfonía nº 35 y la Música Funeral Masónica, probablemente en consonancia con las frases del oboe del primer movimiento, pues el inicio de esta pieza, sobrecogedor, lo lleva el oboe.

El principio del segundo movimiento es, como muchos de Mozart, un monumento a la serenidad majestuosa, pero no por ello menos humana. Aquí hay una frase que repite el oboe después de la cuerta que es, sencillamente, sublime.




El tercer movimiento tiene un tema de danza de una elegancia y bellezas...oídlo. La cuerda lleva la voz cantante, las maderas (cosa que luego haría Beethoven de forma increíblemente sobrecogedora, al adagietto remitámonos) llevan la armonía. El tema B, con esa nota mantenida de la trompa y los elegantes (otra vez) violas.



Sin comentarios para el cuarto movimiento. Otra vez esas notas de la trompa. Lo sencillo hecho sublime. ¿Cuánto se emocionaría Haydn?

Cuando las nubes crepusculares se acercan a nuestra mente, es bueno viajar con toda premura a la música de Mozart (si somos incapaces de orar como los sabios zen o los místicos españoles...o como budistas o frailes). Hemos de reparar en su sencillez celestial, para reconocernos, como hombres que somos, en ella. Insignificantemente humanos, y nada menos que personas. Ello si no nos bastan los Evangelios...