jueves, 27 de mayo de 2010

Amores triviales....en primavera


De repente te encontré en medio de la plaza y me preguntaste
- Vas a la biblioteca?
Yo iba pensando en el examen de Economía política que tenía ese sábado, y que no iba a hacer por lo de siempre: mi alter ego me impedía presentarme a un examen que no sacara con matrícula. Claro que....
-Pues...n... sí, lo que pasa es que iba a comprar folios y ... pero ya no me hacen falta...
-Bueno, entonces nos veremos este sábado en la reunión ¿llevarás tu guitarra?

Eras una chica en la que sólo había reparado de refilón. Pero esa tarde, sus ojos tapaban toda la luz de la resplandeciente Plaza Mayor.
Un mes después, me regalabas el bonito estuche para mis bolígrafos y lápices....los mismos que había dejado en la biblioteca aquella tarde. Cuatro de abril de 1990. Aún lo conservo. Pegamos con celofán el papelito donde apuntaste la fecha.

Pero al poco tiempo empezaron los problemas. Mis problemas. Creo que fue el día que me forraste el Código Civil. De repente me puse muy serio.

- ¿Qué te pasa?, preguntaste ¿Por qué estás tan serio?

- No quiero que me ocurra como a Juan.

Juan era mi primo. Estaba opositando a notaría, pero lo que realmente le gustaba era la música. Justo antes de presentarse al último examen, desapareció. Un día mandó una postal desde Jamaica. Vivía de tocar en la calle. Había viajado por todos los metros del mundo hasta dar con sus huesos en el país caribeño.

- Ya empezamos ¿pero por qué te va a ocurrir eso? No quiero historias. Tenemos que estudiar.

María era una brillante estudiante de ingeniería. Era la mejor de la comisión de apuntes. Sí, era muy buena estudiante. Yo tenía ráfagas de brillantez, intercaladas entre períodos de inanición. Se cansó de mí y me dejó con el anhelo de lo que pudo ser. El anhelo que creí haber encontrado, por fin, aquella tarde de primavera.

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Esto es un extracto de un libro juvenil que leí el otro día por casualidad. Suena a historias de adolescentes o, en este caso, de postadolescentes...universitarios, vamos. Es bastante trivial (al menos, a mí me lo parece), pero, tiene gracia, esta tarde he leído la magnífica entrada de mi amigo Rogelio sobre Kieslowski, y me han venido a la cabeza aquellos años en los que conocíamos a alguien...o nosotros mismos éramos protagonistas de historias parecidas. Supongo que toda era fruto de la frescura e ingenuidad con que se vive a los veinte años. Oíamos bandas sonoras con pasión (como la de Azul), vivíamos los conciertos (como el de U2 al que NOOO pude ir) a flor de piel ... o pensábamos que conocíamos el verdadero amor. ¡Qué más daba que hubiéramos leído el libro de Erich Fromm! Nosotros sabíamos lo que realmente había que sentir...

Veinte años después, empieza uno a descubrir qué poco sabía entonces del verdadero amor. Como el chico del relato, que queda deslumbrado por unos ojos tras los que se esconde una estudiante que vive en un mundo distinto al del protagonista, preso de sus anhelos y sus neuras.

Supongo que cuando cumplamos veinte años más, habremos profundizado un poco más en nuestra búsqueda del verdadero amor, pero lo que uno va comprobando con el paso del tiempo, es que tiene poco que ver con aquel anhelo juvenil, pues, en realidad, no era más que un acto de egoísmo, de querer reproducir en la pareja algo que buscábamos (al menos es lo que le ocurre al personaje del relato, aunque no lo haya transcrito por completo). En fin, para dar un toque aún más romántico-anhelante a la entrada de hoy, aquí os dejo este lied de Schumann


sábado, 15 de mayo de 2010

Elogio de la tristeza


Desde luego, un budista me diría que esta entrada es el perro que mató su religión para acabar con la rabia, ...y probablemente tendría razón...pero me van a permitir ser un poco eurocentrista y a la vez nostálgico.

No es este un elogio de la depresión, la enfermedad del occidental de nuestro tiempo (junto con las cardiovasculares y la obesidad). Tampoco lo es de la angustia romántica de aquellos magníficos artistas de principios del XIX que escribían a la muerte o paseaban por ruinas góticas.

A veces, recordamos un olor, captamos un sonido...y un recuerdo nos viene a la mente. La nostalgia que nos acecha conforme avanzamos en edad. El otro día, mi amigo Rogelio escribía una magnífica entrada sobre la edición de la obra póstuma de Canetti. Estuve pensando en los cientos y cientos de obras que me han hecho reflexionar sobre la muerte. En el Requiem alemán de Brahms, en las coplas manriqueñas...en los Evangelios! Y es que, conforme avanza nuestra andadura por este valle de uno no sabe qué, todo se relativiza. Los éxitos se toman con cada vez menos entusiasmo...y los fracasos con más entereza...digamos que uno aprende a encogerse de hombros cada vez mejor ante todo lo que la vida nos trae, pues, vemos lo inevitable de ese avanzar hacia el Leteo como algo inherente a lo que una persona ha de aprender en esta vida: aprender a vivir y aprender a morir.

Detesto esa especie de estigmatización de la muerte. Igualmente, detesto la estigmatización de la vida a pro del contínuo recuerdo de estar de paso. Me encantan las canciones de taberna....tanto como las misas de Tallis. Sé que me repito mucho, pero uno de los cineastas que más ha reflexionado sobre la muerte, Bergman, muestra en su Séptimo sello una lección clarísima a través de una historia (cómo no) medieval.

Pero yo venía a hablar de la tristeza. De ese sentimiento que nos invade cuando escuchamos el último movimiento de la novena de Mahler (hay que escucharla entera...)...o cuando muere don Alonso Quijano...un estado de seriedad reflexiva nos invade. Nuestra sensatez nos impide caer en la melancolía, pero al mismo tiempo nos pone en guardia: guárdate del entusiasmo, no te pase como a Ayax, que murió presa de la locura...y es que es peligroso dejarse arrebatar por el néctar de los dioses...aaay esos éxitos humanos.

Nótese, asimismo, que hablo de tristeza, no de envidia (tristeza de los éxitos ajenos), traición (daño a los demás en pos del egoísmo) y un largo etcétera de estados del alma que, en realidad, son...como diríamos...pecados capitales (todos estudiamos el catecismo en la EGB ¿no? pues eso).

En fin. Sin necesidad de regodeo, hay un cierto placer en la nostalgia del recuerdo de aquellas mañanas de mayo, cuando estábamos en el instituto y el sol penetraba por las rendijas de la persiana mientras sonaba La hora de las danzas en Radio-2, o sonaba la música de Amarcord mientras presentaba los clásicos del cine (de terror, japonés, sueco, etc) que ponían en la 2 cuando aún cumplía su función cultural...y no cultureta!! Hay una gran belleza en las notas autógrafas de Mahler en su octava sinfonía, dirigidas a su esposa Alma (für dich lebe, für dich sterbe)...o cuando el corazón se nos encoge con el encuentro de Tristán e Isolda del segundo acto o la muerte de Isolda...pues eso, microcápsulas de tristeza...para evitar la depresión...o como diría Gabitene Caligari: querida tristeezaa, de ti me he enamooorao y ya he dejao deee ser un pobre desgraciaooooooooo, a tu laooo, a tu laooo!

Sean felices!!!

jueves, 13 de mayo de 2010

Las suites para cello (I)


Dedicada va esta entrada al entrañable y familiar Jesús Jareño, con el que tan apasionadas conversaciones sobre Casals y Bach mantuve.

Una de las joyas de la música son las suites para cello de Juan Sebastián Bach. Es prácticamente imposible contener el llanto si escuchamos algunos de sus fragmentos. El bellísimo preludio de la suite nº1, BWV 1007, es, probablemente, el más conocido. Es verdad que es de una belleza tan rauda que siempre nos sabe a poco. Por fortuna, la alemanda que lo sigue es preciosa, y nuestros oídos van quedando saciados. El ritmo de les impone Rostropovich puede parecerle, a algunos, vertiginoso...

La Courante y la Zarabanda mantienen el mismo espíritu del preludio (¿será por la tonalidad?). Pero no pierdan detalle de los Minuetos, y lo reflexivo del segundo, en contraste con lo eufórico del primero. Si palabras para la Giga.

Personalmente, me quedo con el preludio de la suite nº2 BWV 1008, (al mismo nivel que el de la nº3). Entre melancólicas y firmes, arrancan las tres primeras notas con gran contundencia y claridad discursiva (hubiera escrito en mi efímera etapa de crítico). Pero es que es cierto. EL preludio es un anticipo de la zarabanda.

La courante nos da un pequeño respiro, quizás es una preparación en la frugalidad para la sobriedad de la Zarabanda. Permítanme un ex cursus para recordar bellísimas zarabandas, no sólo de Bach, sino de Gluck, de Händel, de Purcell...bueno, volvemos a la de la suite nº2. Unas notas largas que cierran nuestros párpados invitándonos a un reflexivo sosiego. Unos silencios que preceden a frases humildes pero tremendamente profundas.

Llegamos a los dos minuetos. Arranca el primero con gran solidez. En modo menor llega el segundo, sencillo y verdadero, iniciando su andadura en un mezzoforte, como si nos diera un descanso del incesante ritmo ternario que va a llegar con la repetición del primero.

Por último, la Giga, que arranca con pares de notas que no dejan lugar a duda de su presencia. No perdamos detalle de las apoyaturas (más en el preludio de la tercera), o las dobles cuerdas, bellísimas. Como elegantes son las modulaciones y variaciones hasta llegar a la ¿redonda? final.


Otro preludio que me es imposible escuchar sentado es el de la suite nº 3. Una escala descendente de notas abre la puerta de nuestra estancia y nos envuelve en una corriente incesante de escalas exultantes a las que es imposible ser ajeno. ¡Cómo pueden ser tan bellos unos ejercicios para el cello!!! Un diálago de pares de pasajes nos lleva, ahora sí, al pasaje de la apoyatura. Es sencillo. No es nada...pero para mí es una fiesta de los sonidos. Y al poco, llega a su fin (Rostropovich hace un piano súbito en medio del pasaje que a mí me gusta mucho, no recuerdo quién más lo hace porque desde hace mucho sólo oigo esta versión). Podría dedicarle una entrada a este preludio, así que mejor pasamos a la alemana, bellísima. Pero la Zarabanda nos devuelve a la melancolía que sólo transmite el violoncelo. Casi siento verguenza por querer describir de manera tan burda sonidos tan sublimes. Et les bourrées sont arrivées! De sencillez y belleza pastoriles (supongo que habrán leído estos adjetivos en la contraportada de cualquier disco, pero bueno, es que son así) La número dos les sonará trascrita en algún otro instrumento. Pero no perdamos el hilo, pues la exposición del motivo en modo menor resulta de un gran preciosismo e intimismo (y ya no más -ismos) que contrasta con el regreso eufórico de la primera bourrée.

La Giga es un torrente de notas que culminan en un zapateado vertiginoso que el instrumento nos expone con las dos cuerdas. Impresionante.


Bueno. Esta burda descripción de lo que uno escribiría en unos minutos sobre las tres primeras suites para cello de Bach es en realidad una invitación a que no pierdan un instante y las escuchen. ¿Versiones? Hay varias de Pau Casals que son altamente recomendables. Y no se engañen por lo distintas que pueden resultar de las de Yo yo Ma. Paul Tortelier o Rostropovich si quieren comparar épocas...yo les traigo a un grandísimo artista, famoso también por sus pantalones de cuero...y por su excelente versión del concierto para cello de Elgar, que grabó con el malogrado Giuseppe Sinoppoli.

suite nº2 BVW 1008, preludio


Post Data: voy a intentar no escribir de política.