Hace unos años, el gran José Antonio Marina publicó La inteligencia fracasada. En uno de sus capítulos explica cómo personas tan inteligentes como algunos de los presidentes de los EEUU (si se me permite el tópico proyanqui), había cometido fallos de colegial relacionados con la mentira o la lujuria. Una de las ideas más sugerentes del libro era que podías tener una inteligencia acusadísima desde un punto de vista intelectual, y ser un inmaduro a la hora de mostrar humanidad, solidaridad...en definitiva, amor a tus semejantes.
Esto, probablemente, me lo hubiera dicho mi padre o mi abuelo político, Alfredo, que era el sentido común personificado. Pero es que son cosas que hace falta que se digan, porque, aunque evidentes, se olvidan con facilidad. Para muchos, los libros de Marina no aportaban nada nuevo. Para muchos jóvenes como yo, descubrirlos nos aclaró muchas del as cosas que habíamos olvidado de adolescentes, sencillamente porque nos las decían nuestros padres.
Llevo algunos días dándole vueltas a cuestiones como Al pati, parlem catalá...Goodbye Spain, etc, etc. Y varias horas a la pitada de ayer. Llevo así dándole vueltas porque estoy convencido de lo erróneo de esos caminos, pero no quiero entrar en viejos debates de presupuestos, políticas lingüísticas o modelos territoriales. No me interesa si existe o no un nacionalismo español, porque, lo que no quisiera que existiera, de ninguna manera, es cualquier tipo de nacionalismo excluyente. El ejemplo de la despedida de Ibarreche tuvo que ser muy doloroso para miles de vascos que le escuchaban decir (no recuerdo la cita textual): gobierna vd un país abertzale (y en seguida rectificó) mayoritariamente abertzale.
Hoy me he permitido una cierta licencia de violencia verbal con alguien que, veladamente (aunque no por ello menos evidente), ha insultado a un amigo. Según él (o ella) es barriobajero llamar a los políticos "personajes". Estos, nuestros políticos, que no han hecho nada por fomentar la comunión de su pueblo (¿España?) sino más bien lo contrario, abrir la falla, cuanto peor, mejor. Ninguna encuesta llega a 6 en la valoración más alta de nuestros líderes. ¿Qué están haciendo mal? ¿Qué estamos haciendo mal?
Acabo de leer un artículo que cae en mis manos por mail, titulado El Hijo del Hombre. Hacia la plenitud humana, del mismo autor que escribió El affaire Dreyfus en España. Una de los primeros párrafos reza así: si el saber se utiliza para apoyar una ideología cerrada, causa división y cultiva la insinceridad, y si se pone al servicio de ambiciones personales o colectivas, genera elitismo, corporativismo insolidario y discriminación.
Siempre he intentado encontrar una manera de responder a ideologías, que consideraba bastante equivocadas, sin utilizar su lógica excluyente y reivindicativa. Ello porque pensaba que muchos de sus comulgantes eran personas infinitamente más preparadas que yo y, en consecuencia, no es difícil imaginar que pensaran que era yo el que estaba equivocado. Pero, fundamentalmente, porque respeto, admiro y en algunos casos, aprecio sinceramente a muchos de sus comulgantes, por lo que la dificultad es mayor ya que al respeto por la persona, evidente en sí mismo, se une el afecto persona que sientes por alguien cuyas opiniones, cuya ideología, consideras radicalmente equivocada.
Por otro lado, y ya entrando en materia, tampoco acepto como argumento, la exclusión o descalificación de lenguas tan sugerentes como el vascuence o tan ricas como el catalán o el gallego; como tampoco creo que sea argumento que una lengua sea un factor de militancia (este es uno de los argumentos preferidos de ERC). No olvidemos que el castellano es el latín vulgarizado por los vascos allá por el siglo IX, y que las primera producciones literarias aparecían en gallego. No olvidemos que el Livre dels feyts, de Jaume I el Conqueridó es una fuente capital de la Historia de España. Y no olvidemos que muchos vascos contribuyeron a la conquista de América y de las Filipinas, a mayor gloria del rey de España o de la monarquía hispana (como prefiramos).
Al margen de estas disquisiciones para unos violetas imperiales, para otros simples hechos históricos, para unos pocos, antecedentes del totalitarismo. Al margen de esto, digo, hechos como los sucesivos enfrentamientos gestuales o dialécticos que, en los últimos años han tenido lugar (y que se resumía en la frase de Pujol A España no la ha gustado Cataluña, pero a Cataluña tampoco le ha gustado España, o algo así), han sembrado una división tremendamente artificial, pero también tremendamente efectiva entre las personas que formamos parte del Estado español para algunos, España para muchos otros, los números son los números (Espagne, Spain, Spanien para algunos otros millones).
Y esto es lo realmente absurdo, que nos hayamos perdido en el bosque gracias a los árboles. Ahora mismo, en el precioso pueblo de Alp, hay gente hablando su idioma sin declararse por ello militantes de nada ni excluyéndose de nada. Ahora mismo, muchos aficinados del Athletic cantan su himno sin acordarse del himno de España, bueno, es que yo tampoco me acuerdo, y mucho menos si tengo que cantarlo con el du-du-uá. ¿Por qué los gestos vencen a las personas? ¿Por qué situamos a las ideologías por encima de las personas? ¿Por qué se dedica tanto dinero a publicar libros donde se repite hasta la saciedad estado español, y sólo se emplee el término España para reseñar dolorosos episodios del pasado como la ejecución de Ferrer i Guardia? Tantos porqués, de uno y otro lado...
Creo firmemente que tenemos que hacer un ejercicio de pensamiento. Creo firmemente que ese pensamiento ha de centrarse en las personas y que ha de olvidar las ideologías. Creo firmemente que las personas han de comunicarse en la lengua que les dé la real gana, porque la pretensión viene con el verbo: comunicarse. Y creo firmemente que deberían guardarse todas las navajas en el cajón de nunca-más-lo-abrirás.
Cuando una ideología prescinde del otro, para aupar a los suyos, o a aquellos que considera los suyos. Cuando el esencialismo sustituye a la persona. Cuando se prescinde del amor a los demás. Vamos mal. Vamos muy mal.