Creo que es en Sobre los acantilados de mármol, donde Jünger abre su libro con una evocación (manriqueña me atrevería a decir) de aquellos lugares y tiempos que no se volverán a repetir…ni a disfrutar.
Un amigo bloguero, don Alfredo García Francés, ínclito escritor, Premio Nacional de Periodismo, hará algunos años, y persona de valía, me comentaba que había estado en Uleila del Campo…aunque deduje por sus palabras que pasó un poco de calor. No fue esta la única coincidencia, pues ambos habíamos conocido también a Jacinto Soriano, legítimo vástago de la muy noble Uleila del Campo. Probablemente media Sorbona ha pasado por la casa de Jacinto a lo largo de sucesivos veranos. A nosotros, los jóvenes rapaces, nos impresionaban las reales hembras que venían. Aquellas francesas bronceadas con los ojos verdes y de pelo negro, que parecían sacadas de un cuadro de Matisse, y sin embargo …eran de carne y hueso!!
Pero mi intención era hablarles de los veranos de Uleila. El pueblo de mi querido padre. Allí íbamos desde que una cruel tormenta asoló la finca que mi madre tenía en la sierra de Partaloa: la Palma. El paraíso de la caza menor. No en vano, su actual dueño lo tiene de coto de caza. Pero para los veranos de Cantoria, les remito a un artículo que ya les traeré, de otro escritor. Creo que era el mismo Jacinto Soriano el que escribía que a Uleila hay que ir ex profeso. No es lugar de paso. Y ex profeso (ex vacaciones, diría yo) íbamos todos los años desde julio hasta la primera quincena de septiembre.
Es muy difícil expresar todo lo que me viene a la cabeza. Si hemos sido niños y hemos veraneado en un pueblo, la imagen puede describirse con un poema de Josep Pla, en el que nada más empezar se refiere al olor a leña y a chimenea. Así es, lo que más recuerdo son los olores. El olor de las alacenas (cada una con el suyo), el de los patios, el de las cámaras, el de los baúles. Luego estaban los olores del campo. El olor de los días en que sopla el Poniente (los peores), el olor de la madrugada, cuando las arbustáceas empiezan a despedir un sinfín de aromas. El olor de la mañana.
Aunque, sin duda, lo que uno disfruta con mayor delectación son los sonidos, más bien uno solo: el silencio. Hay horas del día en las que no se oye nada, sólo algún gato o los pasos de alguien que se aventura a caminar por las calles del pueblo porque va a por fósiles…o a correr los pollos. Esto último hay que hacerlo más o menos cuando el calor está en todo lo suyo, para así poder coger a los perdigones para criarlos y usarlos en el puesto.
Por desgracia (o por otros motivos), dejamos de ir durante algunos años. Mi pobre padre se vio privado de poder ver a sus amigos y a la imagen del Santo Cristo de las Penas. Dejamos de ir en el 93, y cinco años después murió. Otro Juez más Alto hará rendir cuentas a todos aquellos que le impidieron ir, pues el episodio estaría bien en una novela de Alejandro Dumas (padre). Aunque he de decir, que las cuitas que habían acompañado a mi querida madre durante aquellos veranos, eran propias de una novela de Dickens. Ah! la abnegación de mi querida madre…y de mi hermana! Cuántas miles de abnegaciones femeninas ignoradas durante décadas! Cuántos millones de mujeres abnegadas han sostenido la Humanidad!
Si hubo otra persona que más padeció ver el término de aquellos veranos, esa fui yo. De repente se acabaron los aromas, los amigos, las cañas en la Tejera y las excursiones de este monaguillo, aprendiz de naturalista, admirador de Darwin (y de las mujeres, especialmente de la carita de mi mujer cuando tenía trece años) y gran bebedor de cerveza...Pero la historia pone a cada uno en su sitio. Pasan diez años y me caso con la nieta de uno de los hombres más buenos, ecuánimes y serenos que he tenido el honor de conocer, Alfredo Peña. Y resuenan en mi cabeza aquellas palabras que abren un soneto del poeta gaditano Angel García López: Volver a Uleila!
La historia daría para una novela prosopográfica. Si la escribo algún día, créanme, muchos tendrán que soportar mis consultas y mis flaquezas de aprendiz. No digamos si empiezo a contar anécdotas sobre mi abuelo paterno, secretario de ayuntamiento de la España caciquil, fallecido en 1936 (de muerte natural), o las andanzas de mi querido padre durante la República y la Guerra Civil. Pero esa es otra historia.
11 comentarios:
Felicidades por tu reportaje, Fidelio. Por cierto, el pueblo de mi padre es Tíjola ¿lo conoces?... Un abrazo.
Muchas gracias Chiriveque! Claro que lo conozco, en los Filabres y muy cerca del valle del Almanzora. Vamos, la zona de mis ancestros. Bueno, es sólo una redacción de mis recuerdos y vivencias veraniegas...con un toque folletinesco! Un abrazo!
Que suerte Fidelio, un pueblo con Fidelio.
Casi todos los ilicitanos, tenemos en cambio una casa en Santa Pola, al lado de una playa que compartimos con unos 100.000 madrileños que vienen en tropel a un pueblo que normalmente tiene 25.000 habitantes.
Así que yo lo que recuerdo son los ruidos del claxon, la excitada espera para ver a los nuevos niños preadolescentes madrileños, el olor del mar y de la lonja de pescado, las diversiones en los sotaportales y los besos furtivos en las cocheras.
¡Ah, los tiempos en los que nos emocionaba el verano!.
jajaja, corregiré la errata, quería decir:
"Que suerte Fidelio, un pueblo con silencio"
Como conozco algún ilicitano, sé que Sta Pola es a Elx, lo que Chipiona a Sevilla (por ejemplo, y con perdón de los gaditanos).Conozco Santa Pola, de cuando las "bacalaíllas" (o eran "pescaíllas"?) tenían fama mundial. Allí celebraban los maestros del cole donde mi padre era director las comidas de San José de Calasanz. Supongo que al lado de la colonia madrileña habrá algún murciano furtivo. Gracias por lo de "un pueblo con Fidelio", (je, je) aunque haya salido de una errata. Ahora que la madurez nos asalta, es bonito recordar aquellos veranos, como usted dice, preadolescentes, sin apenas tele ni, por supuesto, móviles ni videoconsolas. Un abrazo!
Una historia dentro de otra historia. Es una entrada conmovedora por momentos, bajo la apariencia de reportaje. Una evocación preciosa.
UN abrazo
Muchas gracias Roge! Cosas que me gusta compartir. Un abrazo!
Esas nubes que pasan tendrían tantas cosas que contar...
Saludos caniculares.
Vaya!! Unas son nubes de verano...y otras...Canicula habemus!!
¡Ah...el silencio...! quien lo pudiera escuchar... lo digo porque yo veraneo desde hace más de veinte años en Benicàssim, y allí el ruido es ensordecedor y constante: motos con los tubos de escape trucados, clàxons, coches con la música altísima (y las ventanillas bajadas para que todo el mundo sepa la porquería de música? que escucha el energúmeno de turno...) voces, no sé, ruidos y ruidos. Pero como tenemos en frente el mar, pues, eso, que vale la pena. Pero eso no quita, que leyendo tu post, me hayan entrado ganas de ir a un lugar como el que tú describes.
Un saludo.
Hola Miguel! Bienvenido! Pues sí, de cómo un lugar paradisíaco se puede convertir en un tostón, o, lo que es lo mismo, lo que tú describes. Aquí en Almería, tal vez porque el tiempo se ha parado en muchos pueblos, todavía tenemos momentos, aunque el tostón universal de los coches con la música "cuanto más alta mejor" también lo "disfrutamos por aquí".
En los filabres hay pueblos que, quizás no tienen ningún atractivo turístico, ni siquiera una iglesia bonita (por eso le ponen la etiqueta de ecléctica...), pero uno se aleja un par de kilómetros y se ve rodeado de montañas...y silencio. Están Tíjola, Uleila del Campo...pero también Tahal, Senés, Alcudia de Monteagud, Cantoria...un largo etcétera. Tal vez sería un buen reclamo turístico: no hay filas de chalets ni adosados, vendemos silencio. Un saludo cordial y muchas gracias por tu visita!
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