martes, 19 de abril de 2011

Sentimos no poder ayudarle


Aunque llevo tiempo sin ir a los oficios (Semana Santa), estas fechas son para mí una ocasión para reflexionar sobre mi fé (o sobre la Fé, como quieran). Y espero que, después de leer estas líneas, sigan creyendo que me la tomo muy en serio.

Hay una frase de las miles de Woody Allen que me encanta (sobre todo cuando estás trabajando): disfruta del día hasta que algún imbécil te lo arruine.

Aplicándolo a la historia de la Humanidad, la posición del hombre con respecto a la religión (y por ende a Dios) sería algo parecido. Vivíamos en una bendita ignorancia, hasta que llegó el ateísmo y nos amargó la existencia. Ya no habíamos aparecido del barro (como Enkidu), sino que, gracias a un maldito genio de la filosofía de la evolución (Darwin) somos el resultado de una escisión en el camino evolutivo de los primates.

Años después, llegó Nietzsche y le dio la puntilla: Dios ha muerto.

Bueno. Podríamos pensar que el paradigma ilustrado y su transformación germana había triunfado…hasta que llegaron los campos de concentración…

Los tres últimos siglos de nuestra feliz existencia han dado lugar a que la Humanidad existente (léase Occidente-mirándose-el-ombligo) se divida entre ateos y creyentes (dentro de los cuales incluyo a los agnósticos, que son creyentes que necesitan serlo pero no se atreven a decirlo).

Hoy por hoy, podríamos decir que los creyentes se encuentran en franca desventaja. La Fe, per se, no tiene cabida en nuestro constructo de mundo actual, en el que imperan las ONG y las bombas casi al 50%. Las creyentes serían (seríamos, pues yo me considero tal) una especie de gentes infantiles, contemplados con una gran diversidad de opiniones que van desde "necesitan creer en algo" a "hay que erradicar el cáncer de la religión como Inocencio III hizo con los cátaros"!! Aunque, aquí entre nosotros, he de decir que gran parte de las jerarquías eclesiásticas (por no hablar de muchos imanes y ulemas) no ayudan precisamente.

Pero para curarnos en salud (hago ahora un inciso político), nuestra reacción frente al Islam se va a los dos extremos: aceptarlo en un ejercicio de renuncia indolente y estúpida, a la vez, a nuestros propios principios históricos (algunos son buenos, oiga), o negarle el derecho a existir como religión o como cultura centrándonos en las instituciones atávicas que dominan muchas de sus sociedades (discriminación de la mujer) o asimilándolo al terrorismo islamista. El único que se salva es el budismo...gracias a Holliwood y sus actores y a no ser una religión con su dios (como Dios manda, vamos).

Pero, reconozcámoslo, hasta para el más ateo, llega siempre el abismo. No me refiero a la experiencia de la enfermedad o la muerte de algún ser querido. Me refiero a la tristeza cotidiana de la ausencia de por qué. Ello desemboca en un aserto pragmatista que queda plasmado en frases como “pero si no hay nada más” (con aire de paternalismo) o “a mí cuando me muera me incineráis y me dejáis debajo de un árbol”, no pudiendo ocultar el enfado y la mirada temerosa y resignada mientras se pronuncia la palabra “muerte”. Por eso me gustan tanto muchas de las películas de Woody Allen. Hay una muy bonita, Hannah y sus hermanas. En ella, el genial director, fruto de su hipocondría militante, piensa que tiene un tumor cerebral, cuando en realidad lo que ha sufrido es una temporal pérdida de audición. Cuando por fin le tranquilizan, su vida sufre una especie de “vuelco” y decide adscribirse a alguna fe. Una imagen genial del personaje dejando en la mesa la compra, en la que vemos un crucifijo y un bote de mayonesa resulta bastante ilustradora.

A mí me ocurre a veces algo parecido a Woody Allen (además de disfrutar de pocos días por completo). Tengo la sensación de que todos aquellos que defienden el ateísmo desembocan en una especie: sentimos no poder ayudarle…
Aunque tengo la misma perspectiva de la religión: únase a nosotros, pero antes rellene el formulario. Hombre, no leo en los evangelios que hubiera que rellenar un formulario…más bien había que despojarse de muchas cosas…empezando por los prejuicios.

Que adónde quiero llegar? Si lo supiera no estaría escribiendo esto! Disfruten del día…

domingo, 17 de abril de 2011

Chopin y su mazurca



Tenía pensado hablar de Richelieu y de cómo Francia sigue liando las cosas en el concierto internacional...pero he redescubierto esta mazurca de Chopin en la serie que dan en Mezzo sobre la integral de Chopin del pasado año; y os la voy a dejar con la condición de que la oigais varias veces.


Uno tiene la sensación de estar escuchando algo atemporal, como las gnoissiennes de Satie, etc, etc (largo) etc.


Se trata de la mazurca op. 17 nº4. A mí, como podréis imaginar, me gusta por muchas razones. Una es, cómo no, la nostalgia. Un joven de veinte años con sus amigos asistiendo a una integral que organizó Caja...no me acuerdo (qué más da, ahora la harán banco) interpretada, sí que me acuerdo, por Mario Monreal.

¡Qué tiempos aquellos en que nos dejábamos llevar por la imprudencia y la impertienencia en nuestras opiniones, sin ningún pudor ni reparo!


Bueno, ahora también nos dejamos llevar...pero no lo exteriorizamos ¿no?


Este enlace que os dejo es un fragmento de un documental curiosísimo (me parece un poco frívola la expresión tratándose de Horowitz, pero bueno) sobre una excursión de Vladimir Horovitz al concierto nº 23 de Mozart.


Hay momentos en los que uno no sabe si escucha a Chopin, o a......lo dejo a vuestra imaginación. El mío (uno de miles) es un atardecer en Venecia. Mucho frío. Nadie en el embarcadero. En fin, puedes imaginarte a tí mismo, como un viajero del siglo XIX que va a partir para Valldemosa...o un Carbonario. Elijan.